REFUGIO EN SEPIA
La parada de autobuses es el refugio perfecto para guarecerse de la lluvia que empieza a caer sobre Málaga. Con su vieja patineta bajo el brazo, llega Ibrahim y un minuto después, con su mochila a la espalda, Orynko, que exclama sorprendida:
—¡Pero ¡qué es esto, está lloviendo barro! —
Ibrahim extiende la mano y ambos contemplan el agua de lluvia que discurre por su piel dejando hilos de color anaranjado y sepia. El muchacho responde mirando a Orynko, a quien acaba de conocer:
— ¡Sí, es verdad, llueve barro!... En mi país, a veces viene una tormenta de polvo del desierto que lo cubre todo, pero nunca la vi con barro —
A la mirada incrédula de Orynko, Ibrahim añade: — Te digo la verdad. Se llama calima. Me dijeron que a veces llega hasta aquí volando sobre el mar Mediterráneo. Pero ahora parece que se está mezclando con la lluvia —
Orynko replica: —En mi país llueve agua cristalina y en invierno nieva mucho, con nieve blanca ¡Como debe ser…! — y pregunta con curiosidad:
—Oye, dijiste “en mi país” ¿De dónde vienes? —
Un halo de tristeza ensombrece los oscuros ojos de Ibrahim que responde:
—De Siria. Vivía en una ciudad que se llama Alepo, pero ahora está destruida, en ruinas… ¡Era muy linda! —
Orynko baja la mirada de sus ojos claros y dice:
—Mariúpol… Así se llama la ciudad de dónde vengo y también era muy linda. Para mí, la más linda de Ucrania, hasta que empezaron a llover bombas y quedó en ruinas —
Las miradas nostálgicas de ambos adolescentes contemplan las nubes que pasan de un intenso amarillo luminoso a naranja y luego a rojo encendido, dejando la ciudad como un cuadro expresionista. Cuando la lluvia empieza a escampar, va dejando a la vista un panorama inquietante, melancólico y casi ajeno a este mundo: Las aceras, los árboles, las fachadas, las ventanas, los vehículos, las luces del semáforo, la ropa, los cabellos de los transeúntes, el aire y todo lo que los rodea, está teñido de un tono sepia acentuado por la intensa luz roja del cielo.
Ella recoge su larga cabellera rubia en una cola y mientras señala en dirección al Parque del Oeste, rompe el silencio:
—Me llamo Orynko y voy por el parque —
—Yo soy Ibrahim y también voy por allí. Hablas bien el español ¿en Ucrania lo hablan? — pregunta el muchacho, a tiempo de levantar su patinete.
—Hablamos ruso y ucraniano. El español lo aprendí en la escuela, en Mariúpol, con una profesora malagueña. Hace seis meses vivimos en su casa, con mi madre y mi hermanita… ¿En Alepo hablan español? —
—Hablamos árabe. El español lo aprendí aquí, en Málaga, donde vivo con mi madre hace año y medio —
Tal como acordaron, el sábado se encuentran en el parque y el siguiente fin de semana ya son un pequeño grupo de adolescentes ucranianos, sirios y andaluces que empiezan a conocerse unos a otros entre juegos, conversaciones e historias de sus vidas.
Mientras la amistad se va tejiendo, aprenden que son muchas las cosas que los unen, muchas más de las que los diferencian. Y un día, Orynko e Ibrahim, descubren que las bombas que destruyen Alepo y Mariúpol tienen el mismo origen.
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